A pesar de que han pasado más de 10 años, todavía recuerdo la primera vez que oí hablar de la terapia EMDR. Por aquel entonces estaba trabajando en la unidad de investigación de un hospital psiquiátrico, donde nuestro objeto de estudio era investigar los correlatos neurobiológicos de diferentes enfermedades mentales mediante el uso de técnicas de neuroimagen. Aunque me encantaba, y me sigue apasionando el mundo de la investigación, ya había empezado a sentir inquietud por la práctica clínica, sobre todo por el campo de la psicotraumatología, la disciplina de la psicología que se centra en el estudio y tratamiento de las experiencias traumáticas.
Una mañana, mientras me dirigía hacia mi mesa de trabajo, intercepté por casualidad una conversación entre uno de los psiquiatras que trabajaba en la unidad y unas compañeras sobre una terapia que se caracterizaba por hacer movimientos oculares bilaterales a los pacientes para disminuir su malestar emocional asociado a experiencias vitales estresantes. Si os soy sincera, mi primera reacción fue de incredulidad total, pero como confiaba plenamente en la profesionalidad de mis compañeros empecé a indagar un poco sobre la terapia EMDR y me animé hacer el entrenamiento básico. Si os dijera que salí de la formación súper maravillada y pletórica os mentiría, de hecho, estuve un tiempo sin aplicarla porque no me sentía del todo segura trabajando con ella (creo que no soy ni la primera ni la última persona que ha tenido la misma sensación).
PERO, como sabéis siempre hay un PERO, un día en consulta se me presentó el caso de una chica con un suceso traumático concreto y muy específico, y automáticamente pensé: “esta chica necesita EMDR”, así que siguiendo mi intuición y protocolo estándar en mano, apliqué por primera vez (a excepción de las prácticas de la formación) la terapia EMDR. El resultado os lo podéis imaginar por el título de este post, tanto la paciente como yo misma nos quedamos asombradas por el resultado obtenido.
A partir de ahí, mi curiosidad por conocer más sobre EMDR y las ganas de seguir formándome en las diferentes aplicaciones clínicas que tiene esta terapia fue aumentando considerablemente hasta tal punto que en el año 2017 dejé mi puesto de investigadora postdoctoral en el hospital en el que estaba trabajando para crear, en un nuevo centro hospitalario junto al psiquiatra que me dio a conocer la terapia y del que os he hablado unas líneas más arriba, una unidad de investigación específica sobre el impacto del trauma psicológico en el inicio, desarrollo y mantenimiento de diferentes enfermedades mentales y su tratamiento mediante EMDR.
En todos estos años he vivido en primera persona el aumento exponencial de investigaciones clínicas sobre la aplicabilidad de esta terapia en diferentes condiciones psiquiátricas y médicas con resultados muy prometedores; de hecho, EMDR ya es considerada tanto por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como por otras instituciones internacionales, una psicoterapia de primera elección en el tratamiento del trastorno de estrés postraumático en niños, adolescentes y adultos. Asimismo, desde un punto de vista clínico he sido testigo directo de ver cambios realmente asombrosos en los procesos terapéuticos de muchos de mis pacientes (y también del hospital en el que trabajo ahora) que han conllevado una disminución muy significativa de su malestar emocional y, por consiguiente, un aumento en su calidad de vida y su bienestar, por lo que no puedo más que emocionarme por ellos y acrecentar mis ganas de seguir investigando y formarme más y más sobre esta terapia.
Con todo esto no quiero ni pretendo haceros creer que EMDR es la panacea ni la solución a todos los problemas, ni que sea una terapia apta para todas las personas. Tampoco quiero transmitir que EMDR sea la única opción válida para trabajar experiencias traumáticas porque hay otras modalidades terapéuticas con gran eficacia y validez científica. Desde mi punto de vista profesional y personal, cuando tratamos con personas, antes que cualquier técnica o terapia el factor humano debe estar por encima de todo. Una buena técnica aplicada por un mal profesional no sirve de nada. El éxito terapéutico radica en la suma de muchos factores.
Lo que quiero transmitir con este artículo es que EMDR es una terapia compleja que va más allá de realizar movimientos oculares u otro tipo de estimulación bilateral. Lo que la ciencia nos ha revelado hasta el momento es que durante cada sesión de EMDR el cerebro se reconfigura a sí mismo con el único objetivo de reestablecer el correcto funcionamiento de aquellas regiones cerebrales que han quedado afectadas por el trauma o por el impacto emocional de las experiencias vividas, y solo ayudando al cerebro a reprocesar las experiencias que lo dañaron en su día y facilitando que estas se integren en nuestras redes de memoria de una manera más funcional y adaptativa es posible sanar nuestra historia.
Ana Moreno-Alcázar